La Noche de San Juan

Conoce un poco de esta tradición que se da en el día de San Juan, ¿casualidad? investígalo y sumérgete en esta antigua tradición.

Nahualaria esw

6/28/20253 min read

Cuando el sol toca su punto más alto en el cielo y comienza a ceder su trono a la sombra, la tierra vibra con un resplandor antiguo. Es el 23 de junio, y con él llega una noche que no pertenece del todo al mundo ordinario. La Noche de San Juan, bordeando el solsticio de verano, es un umbral entre lo visible y lo invisible, entre la razón y el misterio. Una noche donde los elementos se liberan, las fuerzas sutiles despiertan y el tiempo se abre como una flor encendida.

Mucho antes de que la Iglesia la consagrara como la vigilia del nacimiento de San Juan Bautista —el hombre de fuego, el anunciador en la sombra—, esta noche ya era sagrada. Nacida de los antiguos cultos solares, su origen se remonta a las civilizaciones que seguían el ciclo del sol como una respiración divina. Los celtas celebraban Litha, encendiendo hogueras en lo alto de las colinas para honrar al sol y proteger las cosechas. En los pueblos germánicos y escandinavos, el fuego bailaba junto al agua en rituales de fertilidad. Incluso en Grecia, se celebraba la fuerza de Apolo, el dios solar, con música y oráculos.

Estas celebraciones no eran sólo festivas, eran ceremonias cósmicas. El fuego no era un adorno, sino un lenguaje. Las llamas hablaban con el cielo. Las plantas, recogidas bajo las estrellas, estaban vivas con poder. Y las mujeres —curanderas, sabias, brujas— leían en los elementos los signos del destino.

Con el paso de los siglos, el cristianismo reconfiguró este solsticio como la noche del Bautista, y sin embargo, no pudo borrar del todo la memoria ancestral. La esencia mágica permaneció. La tierra, esa noche, sigue recordando.

Porque la Noche de San Juan es transformación. Es fuego que purifica, agua que limpia, tierra que cura. Es una grieta luminosa entre mundos donde los portales se abren y todo es posible.

Rituales al filo del velo:

• Saltar la hoguera —tres, siete o nueve veces— es dejar atrás el miedo, la pena, lo caduco, y renacer con las llamas como aliadas.
• Bañarse en el mar o en infusiones de hierbas como romero, laurel o ruda es lavar no sólo el cuerpo, sino el alma.
• Escribir deseos, quemarlos y dejar que el humo los eleve es sembrar intenciones en el campo invisible.
• Recoger plantas mágicas, como el hipérico o “hierba de San Juan”, es invocar la protección de la naturaleza cuando ella está más despierta.
• Encender velas, cuarzos o talismanes, sellando propósitos y abriendo caminos.
• Recolectar el rocío de la madrugada, considerado curativo, embellecedor, casi alquímico.
• Consultar el fuego o el agua, leyendo en ellos los signos del porvenir, como lo hacían las abuelas que sabían ver más allá del velo.

Porque en esta noche, la bruja despierta. No la bruja de cuentos sombríos, sino la sabia que camina descalza por la hierba húmeda, que escucha el lenguaje de las hojas, que sopla oraciones al fuego y susurra invocaciones a la luna.

En muchas regiones de Europa, como Galicia, se habla de las “meigas”, mujeres que conocen los misterios y cuyos conjuros aún flotan entre el humo de las fogatas. En los pueblos se cantan frases antiguas:


"Meigas fora, que eu xa vou crer"

("¡Fuera brujas malas, que yo ya empiezo a creer!")

Y en México, aunque no se celebre de forma masiva, hay comunidades que todavía encienden sus fuegos. En rincones de Veracruz, Sonora o Querétaro, las personas se reúnen para honrar al agua, recolectar chicatanas, prender velas y danzar con la tierra. Allí, la Noche de San Juan no ha muerto. Vive en cada chispa, en cada canto, en cada mirada que se alza hacia el cielo.

Porque esta noche no es solo un rito: es un reencuentro. Con lo sagrado, con lo salvaje, con lo que la razón ha querido olvidar. Es un momento para desnudarse de lo viejo, vestirse de luz, y cruzar —aunque sea por un instante— el umbral de lo imposible.